Hay
veces que uno ve cosas tan insospechadas, tan raras y asombrosas que
ya, por mucho que le cuenten, lo cree todo por exagerado que pueda
parecer. Verán, hace unos días tomaba unos culetes en una terraza
en compañía de mi tertulia sidril, cuando dos hombretones, como de
cien kilos y 1,90, toman asiento en una mesa de al lado y solicitan
su consumición. Hasta ahí no doy más importancia a la escena y
continúo a lo mío hasta que me percato que están comiendo sendos
platos de ensalada y, sobre la mesa, hay una botella de sidra, dos
cocacolas y dos cafés. Insólito. Desde ese momento no puedo evitar
tener mi vista fijada, casi de forma permanente, en ambos comensales.
No comen, devoran con avidez y apenas hablan uno con el otro. De vez
en cuando, y entre bocado y tragado, toman un sorbo del refresco o
del café. Y en esto, aparece de nuevo la camarera que deposita
encima de la mesa dos copas de lo que parece ser brandy. Uno de ellos
echa un buen chorro en su café, mientras el otro sigue comiendo a
sus anchas. Llamo la atención de mis compañeros de mesa que,
sorprendidos, siguen la aventura gastronómica tanto o más
alucinados que yo mismo. Dan buena cuenta de la ensalada y fuman un
cigarrillo, cuando llega el segundo plato, una enorme fuente de
escalopines con patatas fritas. Un buen trago de coñac y a la faena.
A mitad de ella piden un culete y mientras la camarera lo escancia
uno de ellos le hace una foto con su móvil. Evidentemente estos
individuos no son de aquí, ni con toda seguridad lo son de Pola del
Tordillo. Al final me entero que son de más allá de los Pirineos,
de un lugar donde aún no conocen qué bebidas deben de acompañar a
cada plato y en qué momento.
Y es
que hay gente pa tó, oigan. Fíjense si esto es cierto que un chef
nipón, de 22 añitos nada más, anunció en una red social la
degustación de sus propios órganos genitales cocinados por él
mismo y acompañados de una guarnición de hongos y perejil italiano.
El picoteo costó la módica suma de mil euros para cada uno de los
cinco comensales que se apuntaron al sarao. Se dijo que al tal
Sugiyama -que así se llama el cocinitas- no le gusta la carne ni el
pescado, que es asexual vamos, y entonces se hizo una cirugía
emasculatoria (no podía llamarse de otra manera) y le amputaron
pene, escroto y testículos. Tó de una tayá. ¡Hay que ver! Pues
dice Duke que el festín genitálico que se pegaron los cinco
kamikazes no debió de ser muy opíparo que digamos, porque como no
lo hayan acompañáo de un balagar de patates frites no creo yo que
dos güevos y un chorizu den pa mucho, a no ser que el japo los
tuviera como el caballo de Epartero, claro está. Seguro que quedaron
con fame.
Lo
que no dice la crónica caníbal es qué bebida pidieron para
acompañar tan suculento manjar, si lo hicieron con sake, con coñac
como nuestros fortachones transpirenáicos, quizás con algún flujo corporal emanado del propio body del anfitrión. ¡Menuda guarrada!
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