Pues
claro que sí, sobre todo en los tiempos que corren en los que,
abultada o no, el simple hecho de tenerla ya es toda una suerte que
cada vez tienen menos personas. Uno de cada tres parados europeos es
español. Ahí es nada. No hace muchos días un empresario me
confesaba que su gran suerte era ser propietario de los inmuebles
donde radican sus negocios, de no ser así estaría abocado al cierre
porque “o pagas rentas y alquileres o pagas los sueldos de tus
empelados; todo ello es imposible”, me aseguraba. De tal forma que
quienes tienen trabajo y pueden contar con un dinero fijo a fin de
mes ya se cuidan muy mucho de estirarlo en prevención de lo que está
por venir, como si fueran tiempos de hambruna. Que lo son. Hasta el
punto de que quien necesita cambio de coche, porque vive de él y el
que tiene le ha cascado, se compra uno de segunda mano, y quien
necesita lavadora o frigorífico nuevo acude a los cada vez más
abundantes mercados de electrodomésticos con taras. Y así con todo,
las vacaciones, la ropa de temporada, el calzado…, y lo que ya es
más grave, la alimentación. En lugar de solomillo o chuleta de
ternera, la pechuga, los muslos y alas de pollo están que te mueres.
Lo mismo pasa con los pescados, las frutas, las bebidas… Pero, ¿qué
voy a contarles que no sepan ustedes ya?, incluidos los pensionistas
que hasta no hace mucho daban por ciertas y seguras sus percepciones
y ahora, con ellas congeladas, empiezan a dudar del futuro más
próximo y a estirarlas como si de chicle se tratara.
Y
como hay que comer, algunos que no tienen ni lo uno ni lo otro, que
carecen de sueldo y de ingresos eventuales, y también de prejuicios
asaltan a quienes sí lo tienen. Cada vez proliferan más los rateros
y ladronzuelos de supermercado. Esos pequeños hurtos que, siendo
eso, suponen un quebranto importante en la cuenta de las empresas del
ramo. Y también los robos en almacenes, naves o domicilios
particulares. Sin ir más allá, ayer entraba a tomar un café en un
bar y, a mitad de conversación, escuché a un hombre cómo explicaba
a la parroquia que le habían entrado a robar en su casa del pueblo y
que, habiéndose dado cuenta de ello, avisó a la policía que se
presentó rauda en el lugar deteniendo a un joven. El caso es que,
afirmó, marchó de allí antes que los agentes porque, según
decían, no había por donde pillarle. Les da lo mismo, concluía
enfadado, “lo que cuenta ye la nómina”. Si te grapan a ti o a mí
en una de esas prepárate que te cae el pelo. Desde luego este
pensamiento no contiene mensaje subliminal, todo lo contrario. La
pena es que cada vez queden menos con un libramiento a fin de mes.
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