Esto de conversar con los que no quieren escuchar ye muy complicáo. No me digáis que nunca os pasó eso de estar en una tertulia en la que se debate de un determinado tema, de fútbol por ejemplo, y sale algún tertuliano que se pone a hablar de otro tema, de toros, pongamos por caso. Es muy habitual. Hace unos años, con motivo de una pequeña intervención, estando ingresado en el hospital, una tarde recibí la visita de varias personas que simultáneamente se juntaron en mi habitación. Como eso está expresamente prohibido, y para no molestar a mi compañero, les pedí que salieran al hall de la planta -lo que aquí llamamos La Moncloa-, y los acompañé. Creo recordar que eran cinco, cuatro damas y un caballero, casi todos en edad provecta. Pues bien, olvidándose en cierta forma del objeto de su presencia allí -que era yo, que estaba presuntamente enfermo-, comenzaron a departir sobre sus cuitas. Que si el último viaje con el Imserso, que si Pepín el de les Bories está muy jodíu y que si a mí duelme aquí y aquí y en el otru lao y la médica diome esto, lo otro y lo de más allá. Cinco personas distintas, tres conversaciones diferentes. Tú a tu bola y yo a la mía, mientras que yo estaba allí de “libreoyente” y alucinado con lo que veía, y con lo que oía, hasta que, viendo que estaba de sobra, pedí disculpas y muy fui a mi habitación.
Seguro que ustedes habrán pasado por algo similar, y me darán la razón si afirmo que en este mundo cada uno va a lo que va, que en muchos casos cuando dos personas mantienen un diálogo, uno habla y el otro no escucha sino que está pensando en lo que va a decir a su interlocutor cuando éste termine. No existe el diálogo, sino monólogos independientes. Sin ir más allá, hace muy poco compartí una botellita con un conocido que parecía muy interesado en mi actividad literaria, si a esto de le puede llamar así. Él preguntaba y yo intentaba responderle cuando, acto seguido, hacía una nueva pregunta o un comentario sin esperar a recibir la oportuna contestación a su interrogante. Así ocurrió en dos o tres ocasiones consecutivas hasta que me di cuenta de su nulo interés sobre mis cosas, y desistí pensando: entós, ¿pa qué preguntes?
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