Esto de conversar con los que no quieren escuchar ye muy complicáo. No me digáis que nunca os pasó eso de estar en una tertulia en la que se debate de un determinado tema, de fútbol por ejemplo, y sale algún tertuliano que se pone a hablar de otro tema, de toros, pongamos por caso. Es muy habitual. Hace unos años, con motivo de una pequeña intervención, estando ingresado en el hospital, una tarde recibí la visita de varias personas que simultáneamente se juntaron en mi habitación. Como eso está expresamente prohibido, y para no molestar a mi compañero, les pedí que salieran al hall de la planta -lo que aquí llamamos La Moncloa-, y los acompañé. Creo recordar que eran cinco, cuatro damas y un caballero, casi todos en edad provecta. Pues bien, olvidándose en cierta forma del objeto de su presencia allí -que era yo, que estaba presuntamente enfermo-, comenzaron a departir sobre sus cuitas. Que si el último viaje con el Imserso, que si Pepín el de les Bories está muy jodíu y que si a mí duelme aquí y aquí y en el otru lao y la médica diome esto, lo otro y lo de más allá. Cinco personas distintas, tres conversaciones diferentes. Tú a tu bola y yo a la mía, mientras que yo estaba allí de “libreoyente” y alucinado con lo que veía, y con lo que oía, hasta que, viendo que estaba de sobra, pedí disculpas y muy fui a mi habitación.

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