Fue el que ella adquirió cuando se planteó ser madre, compromiso fue el que asumió en el despacho del Director cuando le comunicó el TDAH de su hijo, al igual que lo es el que deben asumir todos los padres con niños con este trastorno. El de trasmitir información a su entorno para que los demás puedan ver a nuestros hijos con los ojos que nosotros los miramos y para que se sientan cómplices en la tarea de hacerlos felices. Y esta es su difícil historia. Cuenta que el trato hacia su hijo careció siempre de todo apoyo escolar y pedagógico, el apoyo que requiere su trastorno para su correcto desarrollo y para evitar el fracaso escolar, característica innata en todos los hiperactivos que tienen déficit de atención, y que por derecho les corresponde, según afirma el propio Ministerio. Su hijo ha sufrido la negligencia de colegio y profesores, durante toda su etapa escolar, y de forma más acusada cuando se les puso en conocimiento, a través de un elaborado informe médico, su TDAH. El colegio ha interpretado siempre que cuando el niño se comportaba mal, era porque en casa se lo permitían, también se interpretó de forma reiterada que cuando no se enteraba de los deberes o se distraía durante las explicaciones era porque era vago y no ponía interés, recalcándoselo a él constantemente y haciéndolo constar en los boletines de notas. ¿Porque pararse a pensar que el niño tardara el triple de tiempo que sus compañeros en terminar sus deberes? Pero no se puede pedir a los profesores que se cercioren que están atendiendo o que comprenden las clases. Los docentes responden que tienen más alumnos y que si se paran en estos niños no acabarían las clases. Es más fácil pensar que lo que necesitan son castigos y más rigor en casa. Es más fácil que el niño llegue a casa irritado y verdaderamente fuera de sí por su frustración, cuando los profesores le recuerdan delante de todos sus compañeros que atienda, que es un vago, que interrumpe. Es mucho mejor que desarrolle crisis de ansiedad, estados depresivos, aunque estudie el triple de horas que sus compañeros y no logre aprobar la asignatura o la apruebe con una nota más baja de la que sería lo normal por sus horas de estudio. Es más fácil expulsarle de la clase cuando interrumpe, amonestarle. ¿Para qué aprender las técnicas y estrategias para ayudarle a modificar su comportamiento y hacerle comprender que se les exige un autocontrol que no pueden afrontar sin ayuda?
Pero es su hijo, y no el de ellos, el que de manera compulsiva arranca las hojas de la libreta y luego presenta las tareas incompletas; es su hijo y no el de ellos, el que no duerme, el que con casi nueve años se hacía pipi en la cama. Es su hijo el que fue expulsado del colegio sin motivo justo, es su hijo el que diariamente fue señalado, discriminado y lastimado emocionalmente durante toda su andadura escolar. Un niño no puede tener cólicos de gases hasta los quince años. Un niño no puede tener terrores nocturnos siete años seguidos, no puede tener gastroenteritis todas las semanas. Un niño por muy activo que sea necesita sus horas de descanso. Su hijo, ha sufrido mucho, tiene una capacidad intelectual extraordinaria que no puede desarrollar, es noble y con un corazón enorme, pero es más sensible de lo común, cariñoso y afectivo. Su hijo, es un niño cuyo único delito es tener unos neurotransmisores que no pueden funcionar como toca. Pero claro, esto no se ve desde fuera, y ya se sabe lo que ocurre cuando algo no se ve: si no se ve, no se cree.
Es muy difícil para una madre permanecer impasible. Sentir el dolor de un hijo como lo más demoledor del mundo, no hay palabras para explicarlo. Es el dolor que más duele. Es una madre, que solo ha recibido llamadas del colegio para quejarse del bajo rendimiento de su hijo y, de forma diplomática, acusarla de la poca atención que ha puesto en la educación y aprendizaje del niño. Cómo si hiciera falta que, además del malestar y dolor personal de verlo fracasar en el colegio, se la reprendiera por su mala educación. Una realidad de la que nadie es responsable como padre. Durante doce años que el niño ha estado en el colegio, el tutor, director y otros profesores la hicieron creer que apoyaban a su hijo y al final se dio cuenta que solo lo apoyaban y alentaban cuando sus esfuerzos daban frutos y no porque ellos hicieran algo sino porque ella le animó desde casa. Tanto es así que, cuando él tenía días malos le retiraban su apoyo y solo manifestaban su mal comportamiento y falta de atención en el estudio. Lamentable en personas adultas, instituciones religiosas, templos para la educación. ¿No se puede terminar con esta situación? Este año su hijo se gradúa, ha llegado a 2º de bachiller con todo su esfuerzo y con el apoyo de toda la familia. En el anonimato. ¡Enhorabuena, al chico y a la madre!
Se trata de un trastorno neurológico del comportamiento caracterizado por distracción moderada a grave, períodos de atención breve, inquietud motora, inestabilidad emocional y conductas impulsivas. Esto es el “Trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH)”.
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