Mi querido amigo: no hace mucho, en uno de esos escasos días
en que nos vemos por la calle, me decías acerca de una de mis columnas en LA
NUEVA ESPAÑA que te habías emocionado al leerla y comprobar el recuerdo que se
atesora de un amigo perdido. Comentabas que tú mismo habías perdido muchos y
sentías algo parecido que no sabías contar como Duke lo había hecho. Hoy que
veo una de tus obras posteada en una red social se me ha movido el corazón. Una
marina que tuve que ampliar para desentrañar si es que se trataba de una
fotografía. “Impresionante”, te dije. Me la pido, agregué. Y hoy, con estas
líneas, quisiera que reflexionases conmigo acerca de lo que son la técnica, por
un lado, y la sensibilidad, por otro. Entiendo que todos los artistas -y dios
me libre de considerarme como tal- conjugan de uno u otro modo ambos conceptos.
Un músico, un actor, un escritor o un pintor, como tú, pueden tener una técnica
depurada en insuperable, pero si no te llega la obra creo que es que le falta
un poquito de alma, de sentimiento. Ahí tenemos a los desaparecidos Paco de
Lucía y Carlos Cano, a Spencer Tracy y Catherine Hepburn, sólo a modo de
ejemplo. Todos ellos sensibles en su trabajo hasta el paroxismo. No se si
estarás de acuerdo conmigo.
Hago esta introducción porque, aunque tú me has dicho muchas
veces que no eres más que un aprendiz al lado de otros grandes acuarelistas,
estoy convencido que la humildad que dejas entrever es muestra fehaciente de
esa sensibilidad a la que me refiero y que plasmas a diario en tu prolífica
obra pictórica, aunque una parte de ella no deje de ser más que una incursión
por nuevos caminos que empiezas a transitar,
y sea cuál sea el motivo de tu obra, en todas se ve un enfoque especial,
un mirar las cosas desde otra perspectiva. Pero ese otro punto de vista no se
aprende con el tiempo si no que se lleva en la sangre, como tú la llevas. Es tu
sensibilidad, Jesús. Y morirá contigo.
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