Una clase en la facultad
Eran aquellos tiempos en que todo estaba en proyecto, ni
soñábamos con democracia porque el más general de todos los generales todavía
decía aquello de “Españoles…”. Cuando para hacer cualquier carrera de Ciencias
había que pasar por aquello del “Selectivo”, con las mismas materias para uno
que fuera a ser Ingeniero de Caminos que para otra que acabara siendo
Farmacéutica. Después de esa selección, donde quedaban muchos en la estacada,
empezaba la carrera propiamente dicha. Y en esos tiempos quienes algunos serían
futuros galenos asistían a su primera clase de Anatomía con un catedrático ya
célebre por su peculiar forma de impartir la docencia. Así empezó: “Veamos la
formación con que ustedes acuden a esta disciplina. Pregunto por el único órgano del cuerpo
humano que puede crecer hasta ocho veces su tamaño normal sin que, para ello,
deba de mediar enfermedad alguna”. Durante unos interminables segundos los
alumnos guardaron un silencio sepulcral hasta que una chica levantó su mano
tímidamente. “Parece que tenemos a alguien que sabe contestar a esta sencilla
cuestión. Dígame usted, señorita”. La chica se incorporó y en voz apenas
inaudible dijo: “El pene”. “Hable más alto, por favor. Estamos entre colegas”.
“El pene, profesor”, dijo decidida. Hubo risas contenidas en el aula a las que
el maestro puso freno con un simple gesto. “Está usted en un gran error,
señorita. Se trata de algo que sólo tienen las mujeres como usted misma. Es el
útero que se dilata hasta ocho veces su tamaño natural para albergar el feto
durante la gestación. Estarán ustedes de acuerdo conmigo ahora que se lo digo,
aunque, sin duda, ya lo sabían. De todas formas, futura doctora, felicite a su
novio de mi parte”. La chica, ruborizada, tomó asiento mientras sus compañeros
sonreían mirándola como si todos ellos conocieran la respuesta. Era su primera
lección de anatomía y una recomendación de prudencia que jamás olvidaría.
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