Ya sabéis que los americanos madrugan más que nosotros, al
menos que los españoles, y que suelen darse unos desayunos pantagruélicos a
base de huevos con beicon, salchichas, puré de patatas, más todo lo que pinte,
acompañado de café, zumos y, a veces, también de Cocacola. Lo que se dice ir
para el curro bien desayunados. Es lo que se dice un verdadero Breakfast in
America, aquel al que el expresidente Zapatero acudió allá por febrero de 2010
para celebrar el desayuno del día de Oración Nacional, donde dijo que “Nuestro
gobierno es impulsor de una economía innovadora, europea y eficiente” para
luego, con voz trémula y poco convencida, leer un pasaje del Deuteronomio
diciéndoles a los allí presentes que “tenían que pagar a sus jornaleros antes
de ponerse el sol” y quedarse tan pancho luego de que nadie prestara atención a
su discurso.
Pues, a raíz de esto, resulta muy posible que haya sido el
ínclito quien haya importado una costumbre que empieza a arraigar entre
nosotros, “el Brunch”. Después de la Fiebre del sábado noche, cuando la tropa
llega a casa a las cuatro o a las ocho de la mañana, casi siempre bastante
perjudicada, la cosa consiste en una comida que se hace entre el desayuno y el
almuerzo donde el menú es una mezcla de los elementos que se sirven en el
breakfast y en el lunch. De ahí la palabreja. Aquí en Asturias patria querida
ya hay restaurantes que son verdaderos expertos en “cebar” a la peña como si no
hubieran comido en toda la semana. No les digo con qué, traten de imaginar una
mesa dispuesta con todo tipo de manjares dulces y salados, y bebidas dulces y
ácidas, ustedes ya me entienden. De manera que sólo con verlo ya toy fartucu. Pero,
que conste, eso no lo inventaron los yanquis, ya lo hicimos nosotros hace
muchos años con aquello de la merienda-cena (Merce). De manera que Duke se
pregunta si estos del brunch cenarán después del festín mañanero.
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