Una tarde de pic-nic
Han terminado las fiestas del Patrón y, como preveía en mi
artículo del pasado domingo, han resultado todo un éxito. Salvo la lluvia de la
tarde del viernes, hasta el tiempo acompañó. Mientras tanto un Juzgado de lo
Mercantil de Oviedo declaraba en Concurso de acreedores a la Sociedad de
Festejos de Santiago, con lo que parece que la entidad centenaria también ha
fenecido. RIP, caput, d.e.p. Pero de los acontecimientos por los que pase desde
ahora serán cosa de quienes fueron sus dirigentes y del propio Juzgado. Aunque
tenemos nuestro propio criterio no es momento para hablar de ello, sino de
reiterar nuestros parabienes a los hosteleros organizadores, y creemos que los
de todo el pueblo. A falta de entidad hubo un colectivo que la suplió con
creces. Ojalá se repita en próximas ediciones, a ello les animo desde estas
líneas.
Pues el caso es que, para terminar, Duke y yo nos fuimos de
jira. Como casi todos los samenses y muchos foráneos de afuera y de más lejos
tovía, pero solos. Porque nunca fuimos muy partidarios de andar en procesión y
pa solos somos únicos, aunque sea pa comer empaná, tortilla de patata, y tal.
Con alpargates, camiseta al efeto y el pañuelu al pescuezu rememoramos las
viejas jiras campestres en las que los romeros merendaban tumbados en el suelo
provistos de todo lo necesario para el ágape. Lo primero, la esterilla y lo
segundo, aquella cesta de mimbre prismática invertida, o echada (como quieran),
con un asa en el centro y una tapa a cada lado que abría contra el asa y donde
entraba de todo. Carne, chorizos, empanada, el bollu preñáu y el güevu cocíu de
rigor -¿qué iba a ser de una jira o una espicha sin güevos?-, y pa beber cava
(pese a Mas) con to y copa, que nosotros somos muy finos. Pero además, como
íbamos solos, llevamos un cojín pa cada uno, un libru trascendental de Milan
Kundera pa mí (esi de la insoportable no se qué) y la consola p’al mi colega,
que ta envizcáu con el Mario Bross esi. Y allí, en un prau que tenemos detrás
de la que fue nuestra casa de Lada, merendamos tranquilinos sin que nadie nos
mojara ni oyéramos el chis-pun, chin-pon de les orquestes y la música de
terraza, ni a los Chichos, ni les sevillanes de María del Monte. Luego volvimos
pa casa fartucos, furando entre les procesiones y multitudes que había p’ol
pueblu. Y hasta el añu que vien. Si llegamos.
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