Los limpios y los guarros
Estoy convencido de que los humanos tenemos memoria olfativa, todos
sabemos a qué huele una rosa aunque no sepamos describirlo, y también todos tenemos
muchos recuerdos olfativos que nos transportan a nuestra niñez y, casi siempre,
rememoran tiempos pasados: el olor a hierba, a café recién tostado, a lluvia, a
pan de pueblo. Vienen a mi mente muchas: la de un coche nuevo, la de aquellos
lápices de colores y gomas de borrar que utilizábamos en la escuela, la de la
leche en polvo que nos daban y la recién ordeñada, el regaliz, el cuero, las
tiendas de ultramarinos de antes. Nuestra madre también tenía su fragancia que
nos ha quedado guardada en la memoria. Hay olores que no están al alcance de
todo el mundo, por precio, como es el No.I Imperial Majesty creado por pedido
de la Reina Victoria de Inglaterra y puesto a disposición de los pasajeros de
primera clase del Titanic, perfume del
que tan solo medio litro hoy cuesta la friolera de 260.000 dólares (más de treinta
millones de pelas); o inalcanzables por ubicación como pueda ser el olor a
acetilsalicílico que desprende la planta Bayer de Lada cuando descargan los
camiones cisterna, se lo recomiendo a quienes padezcan dolor de cabeza. Se les
quita para seis meses. Sin embargo hay fragancias que, por desgracia, sí están
al alcance de todos. Es el olor de quienes no se lavan, de aquellos que no
practican con regularidad el aseo diario. Es el conocido “eau de sobac”, el
perfume preferido por los guarros(as) que pululan por ahí y, en ocasiones, se
meten por nosotros ufanándose del extraordinario desodorante que se ponen.
Seguro que a todos nos ha tocado gozar de la incomparable compañía de alguno de
estos individuos molestos, insalubres, nocivos y peligrosos. En el autobús, en
el súper, en las salas de espera…, generalmente en lugares de los que no puedes
huir y en los que, inevitablemente, todos se miran entre sí a fin de descubrir
al portador de la esencia de los limones salvajes del Caribe, algo muy parecido
a lo que ocurre cuando alguien se tira un pedo en el ascensor. Lo que ocurre es
que un pedo no es más que una manifestación de protesta y, hay veces que aún
siendo muy estentórea también lo es pacífica. Al contrario, las esencias
naturales de estos personajes no avisan, sino que se desploman como una losa
sobre tu pituitaria y te ahogan, te asfixian y te destrozan los sentidos.
Todos, incluido el sentido común.
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