Ya habían pasado las elecciones, de manera que aquel montón
de sobres que me encontré en el portal encima de los buzones del correo no
podían ser correspondencia electoral de los partidos, así que lo cogí extrañado
y cuál no sería mi sorpresa cuando observo algo que hacía algunos años que no
veía y creía que había dejado de ser una de esas campañas de marketing al uso.
Una docena de trípticos doblados en horizontal y abiertos. En el lugar
destinado al franqueo figura escrito “impreso sin dirección” y dos códigos
encriptados, uno encima de otro. Destinatario: “Invitación personal”, destacado
en negrilla y mayúsculas. Despliego uno de ellos y veo, ocupando el primer
tercio del papel, la foto de un montón de platos y fuentes blancos decorados
con una flor roja. Una amapola
despetalada. Me mosqueo y procedo a leer un texto corto, genérico y tan
ambiguo como los políticos en precampaña. “Estimada Amiga Sra.:”, comienza.
Que son líderes en el mercado y para celebrar su éxito van a
presentar su gran novedad -no dicen si se trata de una patata pelada o los
platos de la foto que alimentan con sólo mirarlos. Nien, nada, nasti de
plasti-. Que sólo por asistir al acto regalan a las damas un elegante foulard y
que si también van los caballeros se llevan la exclusiva vajilla de 19 piezas
esmaltadas Royal La de su madre. Pero es que, además, si les enseñas un billete
de 100 mortadelos te obsequian con tres coquetas salseras de porcelana. Para la
salsa, supongo. Dos sesiones de mañana y dos de tarde de un par de horas cada
una. Un chollo. Sólo por aguantar el discurso de un avispado y trajeado
vendedor, acompañado de una amable e impresionante señorita que ejerce de reclamo
para los caballeros, pero que en realidad es una brillante psicóloga con la
delicada misión de observar a la peña y ver quiénes están a punto de caramelo
para el remate de la venta de un juego de descanso ortopédico que sólo cuesta
50 euros al mes. Durante seis o siete años. Sin intereses, oye. O de un bungaló
en Vega del Farfullo un poco más caro, pero con Spa y caseta p’al perro. Barato, barato. Y cómodo que te rilas.
Me acerqué a la salida del lugar del evento cuando salían
tres docenas de parejas sonrientes cargados con aparatosos paquetes ellos, y
con un pañuelo al cuello ellas. Adentro quedaban los que pagarían los platos,
los pañuelos y las salseras. Los benditos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario