Recordando a un amigo perdido
Decía Cela que “La muerte es una amarga pirueta de la que no guardan
recuerdo, sino los vivos”, y yo, que aún lo estoy, guardo un sitio para el de
mi querido amigo, José Piris, un sitio privilegiado donde solo pueden entrar
los buenos recuerdos y, aunque algunos crean que quienes viven de ellos
arrastran una muerte interminable, estoy convencido de que éstos que yo atesoro
me empujan y me enseñan a vivir, porque las cosas que no se convierten en
recuerdo, no fueron ni jamás existieron. Algo así le dije cuando se cumplía su
primer aniversario, hoy hace siete años. Y es que, a punto de despertar, esta
mañana su imagen vino a mi memoria como si él mismo fuera el encargado de recordarme
que aún vivía en ella. Ya tomando café y frente a esta máquina infernal en la
que doy a la tecla me di cuenta de que hoy se cumplen siete años de su marcha.
Trescientas setenta y una semanas, con sus días y sus noches.
Busqué en mi baúl y lo primero que hallé fue un viaje que hicimos juntos
a Sitges, vía Gandía, con paso por Játiva. En la ciudad de la huerta valenciana
aguardaban nuestra llegada tres amigos de aquí. Aquella tarde se jugaba el
partido de vuelta de la UEFA entre el Sporting y el Torino y queríamos verlo
juntos los cinco. Pero Jose y yo nos perdimos en Játiva. Entre direcciones
obligatorias y prohibidas nos metimos en un bucle que nos hizo dar vueltas en
la misma zona hasta que, por fín, dimos con la salida y pudimos llegar a Gandía
a tiempo de ver el partido que acabó en victoria celebrada a lo grande en las
salas de ocio de la ciudad. Glorioso día. Luego caeríamos ante el Estrella Roja
de Prosineski, o como se diga. Terminábamos de examinarnos de sendas asignaturas
que habíamos dejado para septiembre: Mercantil, la mía y Estadística, la suya,
y llegamos a Sitges bajo una tormenta espectacular. Se había ido la luz y
cuando, ya en el hotel, llamamos a nuestros respectivos domicilios para
interesarnos por nuestras notas recibimos dos suspensos por contestación, noticia
que se sumó a la incipiente depresión que se había apoderado de ambos al
constatar la tristeza que reinaba en un pueblo donde sólo esperábamos encontrar
ambiente y diversión, de manera que, llegados de nuevo al hotel, decidimos
volver a Gandía. Así lo hicimos al día siguiente bien temprano. Y allí
disfrutamos durante ochos días de uno de nuestros muchos viajes juntos, quizás
del mejor. Hoy que su Sporting ha regresado a primera división, en su
aniversario le recuerdo en la frescura
de nuestros años de juventud.
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