Distintas interpretaciones de las cosas
Cuando se habla de periódicos, que aunque parezca mentira
también se habla, se oye decir en muchos mentideros aquello de “yo los empiezo
por atrás, por las esquelas”. Sobre todo la gente de cierta edad piensa bien en
esto, no sea que se les escape el muerto por leer primero las hazañas bélicas
(Rajoy, Sanchez, Iglesias, Rivera y Cía.), los deportes (Villar y amiguetes),
la economía (Undargarín, Bárcenas, y tal y tales) o los ecos de sociedad (la
Esteban y el otru busquen pisu en La Nisal). De manera que si en esas páginas
ven a un conocido (viudo o soltero, padre, hijo, o espíritu santo) dejan el
diario y corren al tanatorio a dar el pésame y tertuliar con quien pinte. De
paso, por el camino, comunican a todo dios la muerte de fulanito, o menganita:
“Ya haz tiempu que me olía mal el asuntu de Luisinacio. Cojeaba muncho y,
claro, tenía un cáncer n’el calcañu izquierdu con una metástasis d’eses n’el
derechu”. “Pues yo creía que taba del hígado o del bandullu. Tenía mal color.
Porque siempre cojeó, sobre to desde que lu pilló el autobús de Tuilla”, diz el
otru. Y, en esto, se acerca un tercero que pregunta lo que sucede y, una vez
informado, da su versión: “Váis decímelo a mí. Lo que tenía Nacio eren unos
problemas con Hacienda de la virgen desde que-í embargaron el vale carbón por
no pagar un mes el recibu la basura”. Y, tras ciertas puntualizaciones y
comalizaciones -hay que poner puntos y comas-, los tres seniores entran en el
mortuorio igual que los mosqueteros. Y allí se les une el que faltaba,
D’Artagnan, que lleva allí quince minutos y ya está enterado del asunto.
Luisinacio había sido arrollado por el tren porque iba distraído con el Feisbú.
Chateando con la chati. Fatalidad.
El grupo al completo se acerca a la familia del finado para
manifestar sus profundas condolencias y allí se enteran de que el difunto se
había pasado de la raya con una suculenta fabada, de la que repitió tres veces,
con litro y medio de vino peleón y un cuarto de queso cabrales. Todo con una
hogaza de Busdongo y media docena de casadielles. “Él, que era tan frugal -que
no comía ná- va a morise de una
indigestión. El probe”. Dijo un sobrino lejano. “Sentói mal la comida”,
concluyó. Cuando nuestro amigo del principio retoma el periódico lee en
sucesos: “Varón de ochenta años se arroja por el balcón tras enterarse de la
muerte de Chanquete”.
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