Extravíos.
La gente pierde las cosas más insospechadas, somos así de
olvidadizos. Supongo que recuerdan el caso de la señora que extravió un ojo de
cristal en la playa de Luanco. Por tal motivo, hace unos años, Duke le envió
una “Carta a una tuerta”, y por una circunstancia similar hoy tiene que hacer
lo propio con una persona que se dejó su prótesis dental inferior en un parque
candasín. Dicen que es la estrella de los objetos perdidos en el concejo de
Carreño y no es de extrañar dado que su dueño o dueña, al igual que la tuerta
de Gozón, tuvo que percatarse de la ausencia de la prótesis el menos en el
momento de hincarle el diente a un cachopo o ponerse con una bolsa de pipas. Se volvería loco, o loca,
buscando por toda la casa dónde redios se había dejado los piños sin saber que
estos inventos también son objetos que tienen cabida, y se custodian, en la
oficina de cosas perdidas.
Esto me recuerda aquella parodia de Gila en la que un
matrimonio discutía por algún tema doméstico y la esposa descolgó de la pared
las astas de un corzo, o asimilado, y se
la tiró a su marido que la esquivó, saliendo por la ventana y yendo a parar a
la calle donde un hombre, viendo su procedencia , la recogió, subió a la
vivienda, tocó el timbre y dijo al marido que abrió la puerta: “oiga, ¿estos
cuernos son suyos?”, “y yo que se”, respondió el airado esposo.
Y hablando de cuernos, en un conocido pueblo langreano ya
hace años que un inocente aldeano, de quien todos sus vecinos se burlaban,
regresó al lugar después de haber comprado una vaca en el mercado de La Pola.
Orgulloso por la adquisición la mostró a sus amigos, uno de los cuales le dijo
que el animal era de mala raza y calidad. Desconfiado, nuestro prota, preguntó
el por qué, a lo que el burlón le dijo, “pero no ves que no tiene dientes
arriba…”, “y, ¿tiene que tenerlos?”, repuso el novato ganadero. “Pues claro,
mira el burro cómo los tiene”. Rigurosamente cierto, oigan.
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