Placa conmemorativa en la casa de Tudela Veguín donde nació el cantante (foto propia) |
Hace
unos días, charlando con un par de amigos ya maduros, se acercó al
grupo un tercero que les
Wikipedia,
premio Princesa de Asturias de este año, dice que las redes sociales
son estructuras compuestas de grupos de personas, las cuales están
conectadas por uno o varios tipos de relaciones, tales como amistad,
parentesco, intereses comunes o que comparten conocimientos. Y yo
corregiría a la Wiki: son grupos de personas y personos conectados
por Internet (la red de redes) que en la mayoría de los casos no
tienen más relación que esa. No son amigos, ni parientes, ni
siquiera colegas. Ni colegos. Eso sí, en el Valle de Tudela
conócense todos. Para que nos entendamos. Supongan que Internet es
el proceloso océano y nosotros unos aguerridos pescadores que
salimos a faenar en busca de la parrocha. Los usuarios. Echamos la
red -la de pescar, se entiende- y en menos de lo que dura un
parpadeo, caen en ella bonitos, lubinas, merluzas, tiburones,
conejos, jabalíes y leones. Menos parrochines y truches del Nalón,
de todo oigan, hasta mondas de plátano y otras basuras impropias de
la mar océana. O sea.
Yo
estoy probando en una de estas redes y estoy asustáu. Tol mundo
quier ser amigu tuyu. Empiecen a salite mensajes en el ordenata
diciendo: “Rogelito Paniagua quiere ser tu amigo en Caralibru”. Y
claro, tú, pa no hacéi un feo a Rogelito -que no tienes ni puta
idea de quién ye- aceptas, das un clic al ratón y ya estás
ficháu. Por Rogelito y los cinco mil seiscientos dos amigos y
enemigos de esti puntu que, cuando me pongo a mirar, resulta que ye
sexador de pitos cerca del Machupichu. ¡Hay que jodese! Porque ye
que en to los pecés de los amigos del peruanu esi sale un mensaje
que diz: Ahora Rogelito es amigo de Marcelino González, José Ramón
Palicio, Angel Ortea y trece personas más. Luego llega otru y diz:
Me gusta. Pa echar la pota. Así que unos días más tarde, cuando
empiezo a dominar un poco el asuntu esti, borro a Rogelito y a la
tropa que hay detrás d’él. Ya no soy amigu tuyu, macho, de
Palicio y Ortea sí. Porque resulta que en estes coses de la red hay
un muro. Sí coño, un muro. No ta hechu por la cementera de Veguín,
pero ye un muro. Y ahí pués poner lo que te salga de los
cataplines. En el tuyu o en el de un amigu. Pues poner fotos y
vídeos, y decir les mayores tonterías que se te ocurran. Poner a
caldo a Rajoy, a Pablo Iglesias o al alcalde de Oviedo. No pasa ná.
Otros ponen en el muro esi una noticia que acaba de salir en el New
York Times, como si fuésemos gilipollas y lo del Box, o Santa
Eulalia, no leyeran los periódicos americanos. Bueno, esperad un
poco que acaba de salime un mensaje en el IPhone 6 con airbag y
salida de incendios incorporáos.
Esa
ye otra. El Smartphone, los Apple, las tablet y la de su madre, unos
teléfonos móviles llenos de tecles y más funciones que la Saez de
Santamaría, que ya decir. No ye bastante con el ordenador, no. Si
tienes uno d'esos paratos cada vez que a alguien de los que tan
apuntáos en la tu lista i da por escribir alguna memez, o poner una
foto del últimu ligue -que suele coincidir con la última bolinga-,
cada vez que pasa eso, suénate el móvil pa contátelo en vivo y en
directo. Y si tienes muchos amigos en la red, como Rogelito, el
teléfono no para de sonar. No te deja tranquilu ni pa sentate en el
excusado. Esta vez sonome pa avisar de que ahora Maripuri ye amiga de
Mariloli, Maripili, y la neña del tanga a cuadros, y pa invitame a
jugar al Gilisaga. Que esa ye otra, la de los juegos en grupo. ¡Manda
güevos! Porque, ojo, como ahí entra quien quier, uno ponse como i
da la gana. Como El guerrero del antifaz, Pretty Woman, o Belén en
paro busca casa en Olloniego. Y pon la foto que-í gusta, normalmente
la de un modelo o una modela. O no la pon, pa dejanos con la duda.
Después,
cuando uno entra ahí pa ver les últimes novedáes de la tropa,
resulta que casi siempre aparéz el careto del mismu tío, o tía.
Dando un enlace (link que lu llamen) con un periódicu de Guadalajara
-que también tién periódicos-, notificando al personal que está
de vacaciones en Anieves o poniendo una foto de un gatu estrapalláu
en la carretera de Entrepeñas. Luego, detrás de eses publicaciones,
lleguen los más de quinientos y picu amigos que tién y empiecen a
decir que yos gusta, y que ye el mejor, y que lo pase bien en
Anieves, y que a ver cuándo pon una foto de la madre que lu parió.
Y to eso sale en el mi ordenador y en el móvil, de manera que ya
estoy de redes hasta los güevos, con perdón. Voy a empezar a borrar
a to los que usen esto pa entretenese y tocar los cataplines al
personal. Y sobre to a mí, que soy el que más me importa.
Así
que, voy a darme de baja de esta red para meterme en otra distinta. A
ver cómo funciona. Lo hago, e inmediatamente, me llega un mensaje de
bienvenida. Luego peticiones de amistad. Otra vez todo el mundo
quiere ser mi amigo, incluído Rogelito y las Maris. Elijo a media
docena y empiezo a analizar la cuestión. Idem de lienzo.
Prácticamente aquí están los de allí, menos Pailicio y Angel
Ortea. O viceversa. Y tal y como entré, salí. Al final toda esta
aventura de las redes sociales me ha dado mucho que pensar. En los
tiempos que corren, cuando uno no conoce ni a su vecino de puerta,
cuando las gentes ya no se saludan por las calles y todo ha quedado
despersonalizado, en definitiva, en los tiempos de la comunicación
en los que nadie se comunica con nadie, nos pasamos horas y horas
frente a las pantallas de los ordenadores o de los móviles de última
generación, buscando compañía de personas desconocidas que nos den
un poco de palique porque las tertulias de sobremesa o de los bares,
o simplemente la charla en la esquina de la calle han pasado a mejor
vida. Y he sacado una conclusión: “Los amigos de mis amigos no
tienen por qué ser amigos míos”. O casi todos.
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