Los Premios Princesa de Asturias
En estas mismas páginas hemos dicho en varias ocasiones que
nos gusta la ceremonia anual de los Premios del Principado de Asturias. Las
idas y venidas de los premiados, sus comparecencias ante los medios y la
ciudadanía, el acto de entrega en sí con sus prolegómenos y esa fiesta final en
el Hotel de la Reconquista para, al día siguiente, empaparnos con los ecos que
todo ello ha tenido en prensa. Sin embargo sólo en una ocasión he estado cerca
de ese ceremonial por pura casualidad. Fue hace más de diez años en que me
pilló cerca la llegada de S.A.R., el Príncipe, la recepción de autoridades y la
parada militar realizada en su honor. Lo demás, como siempre lo hago, lo veo
por la tele tan tranquilo. Porque he de confesar que siempre fui enemigo de las
multitudes. Me marean. Fíjense hasta qué punto que cada vez soporto menos la
idea de ir de compras a una gran superficie o la de meterme a tomar el sol en
los arenales de San Lorenzo o Benidorm. No me gustan los gentíos ni los
barullos. De hecho no me percaté de la existencia de las flechas que existen en
el suelo de IKEA para indicar el itinerario del visitante hasta que me un día
perdí y no sabía por dónde salir. De manera que nunca me gustó andar de
procesión. Aquello de ¿dónde vas Vicente…?
Tampoco me gusta el comportamiento de esos personajes
públicos que, inducidos, o no, por sus ocasionales socios de gobierno, se
declaran cada vez más antimonárquicos para luego, con una fingida sonrisa,
inclinar la cerviz en presencia de quienes la representan cuando, previamente,
se ha dado cobijo en la sede de la institución que preside a aquellos que, como
él mismo, se han pasado la semana entera despotricando contra la Monarquía y la
Fundación que patrocina los Premios. Es lo mismo que poner una vela a dios y
otra al diablo. Si quien está ahí para favorecer y promover la convivencia
ciudadana se dedica a instigar el enfrentamiento entre quienes piensan de
distinta manera, sea por propia convicción o imbuido por otros, nos situaremos
en tesituras más propias de aquellas “Dos Españas” de Machado que en la de la
España moderna y democrática que hoy tenemos. De momento. Así es que Duke y
quien suscribe insistimos en el respeto a la opinión ajena que es la esencia de
la democracia. Si tenemos una monarquía constitucional es porque así lo hemos
querido. Para los olvidadizos.