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Don Luis, inaugurando la temporada de aguas en La Fuente del Güevu |
Ladenses de ayer y de hoy
En más de una ocasión les hablé desde estas páginas de
personajes ladenses, unos que lo fueron y otros que aún lo son, que dejaron en
el pueblo una impronta de su ingenio y, a veces, de su cara de hormigón armado.
Creo que vale la pena recordarlos en estos tiempos en los que todos los vecinos
de Lada, Duke incluído, reclaman a gritos un párroco. Evitando a los ilustrados
como lo pudo ser Sabino Alonso Fueyo y a los científicos como lo es mi amigo
Totó, qué menos que empezar por aquel que rigió la parroquia durante muchos
años y fue precursor de nuestro añorado
y llorado Don Luis. El reverendo Don Román fue un hombre con carácter, muchas
veces dirigido desde las bambalinas por su hermana, con quien vivía. En tiempo
de posguerra acogió fugados en la iglesia y era, entre los gatos, toda una
referencia como ocurría en casi todos los pueblos por aquella época. Querido,
respetado y, en ocasiones, odiado. Todo a un mismo tiempo. Hombre que repartió
hostias de todo tipo, físicas y espirituales. Ya me entienden. De él recibí el
Bautismo y la Primera Comunión, como también la recibieron la mayoría de las
celebridades a que quiero referirme. Tuvieron un excelente maestro.
Era día festivo o de huelga, no recuerdo bien, hecho que F.
ignoraba porque acudía a la Caja de Ahorros a retirar efectivo. Cuando la
encontró cerrada preguntó a T., que estaba ocioso apoyado en la barandilla, qué
es lo que ocurría, que necesitaba dinero urgentemente. T., el muy ladino, le
dijo que, en esa previsión, los de la Caja habían dejado el dinero en la
farmacia, justo enfrente, y que allí podía hacer el reintegro. F. cruzó la
calle, entró en la botica y puso encima del mostrador su cartilla de ahorros al
tiempo que decía al mancebo: “C., dame mil duros”. “Lo que te voy a dar ye una
patá en el culo y un par de hosties. ¿Quién te mandó p’acá?, seguro que aquel
cabrón que ta apoyáu en la barandilla tóu escojonáu. Tontu, que te la arma
cualquiera”. Fue toda la contestación que recibió F. aquel día de cierre
bancario, que no farmacéutico. Coloráu y sin perres salió de allí, fulminando a
T. con una mirada cuasiterrorista, pese a lo que el otro no paró de reírse para
terminar diciéndole: “Cuando abran la caja no te olvides de pedíyos jarabe y
aspirines, que éstos cierren un día sí y otru no. Ye un grupo d’empreses,
bobu”. Otro día les cuento más.
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