
Tenía yo un amigu que quería arreglar la casa y pa ello el banco dió-i un préstamo de cien mortadelos, pero iba a dailos por partes, a medida que fuera terminando obra y contra factura. “Toma, ahora lleves treinta pa retejar y arreglar la fachada”. Él cogiolos ufanu, pero gastó cinco en lotería y otros tantos en unes vacaciones a cuerpo de rey. Na menos que en Benidorm, así que hizo una chapuza en la fachá y el teyáo con los veinte restantes, y volvió al banco a por más viruta. Volvieron a dái treinta más pa la instalación eléctrica y fontanería, y el infeliz d’él gastó cuatro en pintar el coche y otros seis dióilos al fíu pa que comprase una moto. Otra chapuza de instalaciones y, de nuevo, fue al banco por los cuarenta que-í quedaben pa terminar la obra. Esta vez gastó quince en un abrigu pa la muyer y un Rolex d’esos pa él, que no iba a ser el pringáu de la historia. Total que, con factures infláes por el importe de lo que el banco le iba entregando, arregló la casa. ¡Hosties, la arregló!, no habíen pasáo dos meses y cayó el teyáu, rompieron tres persianes, tuvo un cortocircuito, una inundación en la cocina y desprendiose el alicatáo del cuartu bañu. Otra vez estaba sin casa, y sin perres. Eso sí, el Rolex funcionaba que te cagas. Después, como no pudo pagar al banco, embargáron-i la casa, el coche, el abrigu, el reló, y un cuadru d
e Úrculo que tenía en el sótano llenu polvo, que creía que lu había pintáo el fíu, pero que, según el perito, valía trescientos machacantes. Además to los meses i quitaben el 20 % de la nómina. Total, que por dái cien, el banco quedose con seiscientos. ¡Toma rescate!

Duke piensa que algo parecido a esto es lo que puede sucedernos aquí, en este país. Que, al final, cualquier grupo, finés, alemán, holandés o de casa su madre terminará por quedarse con todas nuestras grandes empresas, nuestros bancos y el país entero. Por cien euros, y por andar haciendo el pijo. Y el Rolex seguirá funcionando puntual y a la décima, pero en otra muñeca.
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