Elecciones innecesarias
Para esto es para lo que Asturias lo necesitaba, para echar todo por la borda a las primeras de cambio cuando el mar está revuelto, arrecia la tormenta y la pesca se ha acabado. Seis meses, seis, poco más de los cien días de rigor que suelen concederse a un nuevo gobierno para que acredite su buen hacer y ponga en valor su programa, días en los que ha entrado como un mamut en la porcelanera, arrasando todo lo que encontró a su paso. El Jovellanos redivivo, el salvador de la patria querida, el creador de un partido a su medida en tiempo récord, el redactor de un programa al efecto que batió el récord anterior, quien destroza las cosas de la región cada vez que las toca, en definitiva, Francisco Álvarez Cascos, el deseado y el odiado. El breve, el efímero.
Asturias fue su cuna política y será su tumba definitiva. Aquí creció como concejal y diputado, a la sombra de Don Manuel. Con el de Villalba se hizo poderoso en la sede central del partido, y con Aznar acrecentó ese poder accediendo a la Secretaría General, a la Vicepresidencia del Gobierno y al Ministerio de Fomento. Se acostumbró a mandar sin replicantes que pusieran en tela de juicio sus órdenes, se creyó omnipotente, y después, cuando por su propia voluntad se fue de la vida pública, quiso regresar en olor de multitudes y le pararon los pies: “Cuidado Francisco, las cosas ya no son como eran, y usted tampoco”. Y enrabietado quiso vengarse de aquellos que habían despreciado su reconocida valía y su histórica figura. Se dejó querer por sus amigos y por algunos desahuciados del partido y fundó otro con sus iniciales. ¿Pura coincidencia?, estoy convencido que pocos lo creen así. Foro Asturias de Ciudadanos, algo creado para lucimiento personal y mayor gloria de su única cabeza visible, pensante y actuante. Y alrededor de esa cabeza toda una pléyade de desencantados, advenedizos de la cosa pública y disidentes del viejo partido.

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