Me apeteció sentarme solo un rato después de un largo paseo por la vera del río y por nuestras calles. Lo hice en un banco de la Plaza de España. ¡Qué hermoso nombre! Suena a recinto porticado, a ciudad castellana, a lugar de terrazas, mercadillos y algarabía ciudadana. A grandeza. Sin embargo nuestra pequeña plaza no tiene nada de eso, nada que se le parezca. Más bien, no tiene. Carece de movimiento, de vida. Es una plaza sin esperanza, como la población entera. Con Duke sentado a mis pies, mirándome, como queriendo decirme: estás pensando lo mismo que yo, observo el edificio del ayuntamiento, justo frente a mí. Su reloj señala las siete, y tañen las campanas que resuenan nítidas ante la ausencia de otros ruidos. Miro hacia atrás y no veo tráfico en la calle Constitución, pese a la hora. Hasta donde alcanza mi vista, tan solo veo tres comercios abiertos, iluminados sus escaparates con una luz mortecina. Dos de ellos flanquean la Casa Consistorial, el tercero queda a mi izquierda. Es un bazar chino de los que proliferan, cada vez más, en nuestra población. Y en todas. Miro hacia la derecha del consistorio y, en un tramo aproximado de cien metros a partir de un establecimiento señero, hasta la esquina de la calle La Industria cuento hasta ocho bajos contiguos y cerrados, con sus respectivos carteles de “Se vende”, “Se alquila”. En pleno centro de la ciudad. Se apagan las únicas luces que permanecían encendidas en la casa municipal y, al poco, por su gran puerta salen seis o siete personas entre las que acierto a distinguir a la Alcaldesa y a dos o tres concejales. Han terminado su jornada y quedan departiendo cinco minutos en el soportal mientras alguien cierra el edificio. Luego se despiden y cada uno toma un rumbo diferente. Duke vuelve a mirarme. “Se van todos, ¿y nosotros qué hacemos aquí?”. Vuelvo a mirar el gran reloj. Son las siete y veinte minutos. De pronto, justo bajo él y la franja de piedra que anuncia la Casa Consistorial, reparo en un pequeña ventana del segundo piso que está empapelada literalmente con lo que parecen carteles, pasquines, o algo similar. Supongo que corresponderán al despacho de algún grupo municipal. Pero, ¿cómo es posible?, ¿no tendrán armarios, archivos o algo donde colocar tanto papel?, ¿no hay paredes?, ¿o es que, al igual que los comercios de la calle, lo tienen en traspaso?, porque es que también están pegados por fuera. Desconozco si esas dependencia están o no ocupadas, y caso de estarlo a quién o quiénes pertenecen, pero la verdad es que da imagen de suciedad y dejadez. Una estampa que desentona con la belleza del impoluto conjunto del edificio.
Nos vamos de allí, de la plaza de nombre majestuoso, pensando en qué futuro aguarda a una ciudad en franco declive, con edificios públicos en la ruina más absoluta mientras el repuesto no termina de ser entregado, con un enorme socavón que ahí quedará después de que haya costado un riñón hacerlo, con tantos comercios cerrados y tantos otros a punto de hacerlo, o cuanto menos pasándolas canutas, y hasta con un Ayuntamiento, el nuestro, que empieza a dar la misma sensación que la ciudad. Desolación, abandono, tristeza… Alguien podría retirar los papeles de esa ventana, el ayuntamiento es de todos, no solo de quienes ocupan esa dependencia.
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