Recuerdo del 23F
Aún permanecen los impactos de bala en las paredes y
techumbre del hemiciclo. Allí los
quisieron dejar en recuerdo del día en que nuestra incipiente democracia estuvo
a punto de derrumbarse. Son reliquias de nuestra memoria histórica más
reciente. Algo que es lo más llamativo para algunos que, cada año, visitan el
Congreso en la conmemoración del día de nuestra todavía Carta Magna. Otros, sin
embargo, han entrado allí por primera vez como diputados y han mirado los
impactos con caras sonrientes como pensando en lo primitivos y beligerantes que
éramos por entonces. Algunos de ellos aún no habían nacido, otros no habían
empezado a la escuela. Se enteraron por las batallitas del abuelo, como
nosotros mismos cuando, en plena posguerra, oíamos hablar de la guerra Civil.
Pero ocurrió un día como hoy hace treinta y cinco años. Hacía dos meses que
había terminado el servicio militar y todo aquello me resultaba extrañamente
familiar. Los generales Milans, Juste, Quintana Lacacci o Torres Rojas, a
quienes conocí, Armada, y Fdez. Campo; coroneles Ibánez Inglés o San Martín; y
cómo no el Tte. Cnel. Antonio Tejero, protagonista ante las cámaras y los medios.
Luego un sinfín de militares rebeldes de tierra, mar y aire, e incluso un
civil.
Corría el año 1977 cuando, presuntamente, la legalización del
Partido Comunista originó el malestar entre muchos uniformados nostálgicos de
la recién desparecida oprobiosa dictadura. Cafetería Galaxia fue la primera
conspiración conocida y descubierta, y ahí empezó a oírse hablar del “ruido de
sables”, en clara alusión al descontento en el seno de las fuerzas armadas. Yo
oí ese ruido en mi estancia cuartelaría, poco antes de la asonada. Hacía muy
poco que habían vuelto del Sahara sin disparar un tiro ante la Marcha Verde y
tenían el gusano del destripe y el escabeche dentro de la sesera. Hacían la
guerra sobre las maquetas y la cartografía. Colocaban aquí los carros, allá la
artillería y acullá las ametralladoras. Vivían en una permanente guerra virtual
y, como es lógico, ocurrió lo que tenía que ocurrir. Y, espero, que jamás
vuelva a acontecer. ¡Basta ya de “elefantes blancos” y salvadores de la patria
que todavía tenemos, aunque estos no lleven uniforme! Es buen momento para
recordarlo.
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