miércoles, 15 de marzo de 2017

LA MEMORIA (N. M.)

 
Todo lo hermoso de este mundo se refunde, y puede verse con nitidez, desde el análisis sosegado que dan los años. Y todo en este mundo es hermoso. Si algo no lo es, llegará a ser origen y semilla de belleza, todo estriba en que exista una sola persona que desentrañe esa belleza en el horror, o en la maldad, o en su antónima la fealdad. Ejemplos de esto los tenemos a lo largo de toda la historia y en todas las culturas, a través del arte, y también de otras ciencias. El poeta Robinson Jeffers decía que todas las cosas del mundo son bellas y que depende del poeta el elegir lo que pueden durar. Y Jaroslav Seiffert lo formulaba de otra manera: “Todas las cosas del mundo no son bellas, pero las que el poeta elige, duran. Por lo menos mientras viva el poema”.

Y el poema, o la historia, siempre viven. Aunque no estén plasmados en papel, o en lienzo, o en pentagrama, sí perduran si lo están en la memoria. Y, qué es la memoria?. Yo la definiría como el conjunto de hechos y sensaciones acaecidos a lo largo del tiempo, magnificados o minimizados por el individuo que, a su vez, los subjetiviza según haya tenido mayor o menor participación en ellos, o según se los hayan contado. Y es a través del recuerdo y la memoria como se escribe nuestra historia. No la de los hombres y las mujeres importantes, los científicos, los artistas, los reyes y los políticos, los deportistas de élite.... No, no es esa historia a la que me refiero, sino a nuestra historia: a la suya, a la del tendero de la esquina, a la de nuestro vecino ..., en definitiva a la de los hombres y mujeres con los que nos cruzamos a diario. Esa historia no está en los libros, sino en la memoria, y generalmente sólo se encuentra en la de nuestros mayores.

Son nuestros mayores, al margen de la evidencia, porque tienen más bagaje de memoria acumulada, aunque, en ocasiones, digan que les flaquea o que ya no la tienen. Y digo nuestros mayores porque no me gusta llamarles ancianos. Creo que a nadie le gusta que a su padre o madre se lo llamen. Son nuestros mayores porque nos han enseñado, y aún lo hacen. Y somos lo que somos gracias a ellos, a su educación y a la impronta que nos ha dejado su influencia. Son nuestros mayores porque han fumado y han bebido y han salido con chicas antes que nosotros, y nosotros, a su imagen, hemos empezado a fumar y a beber y hemos intentado hacer lo posible para salir con chicas.

Nuestros mayores no cuentan batallas. En realidad las han vivido, y detrás de ellas hay toda una aventura de la que, quizás, lo mas importante quede por contar. Participemos en la narración. Preguntémosles, sin duda descubriremos algo nuevo en cada ocasión y seguro que nos contarán algo más, muy posiblemente inconfesable. Pensemos, sin embargo, que su bagaje memorístico es grande y, en ocasiones sus recuerdos se cruzan ocasionando algún desajuste. Pero eso también nos ocurre a los mas jóvenes. Ayudémosles, hagamos que retomen el hilo y veremos como todo se recompone.

Nuestros mayores tienen más vivido que por vivir. Añoran el pasado porque han sido, sienten el presente porque están y desconfían del futuro porque creen que ya no estarán. Pero no debemos dejarles sentir y razonar de esta forma. Nuestros mayores deben de pensar que pasado, presente y futuro forma y habrá de ser parte de su vida. Y de la nuestra. Siempre vuelve a amanecer.
Nuestros mayores son aquellas personas que ya no tienen quien les cuente sus memorias. Sólo pueden contar las suyas a quienes quieran aprender y sepan escucharles con la mente y el corazón abiertos. Prestémonos a ello de esa manera, interrogándoles, escrutando sus recuerdos, redescubriéndoselos. Y si hace falta interpretándoselos y dándoles a conocer nuestro humilde parecer. Nuestros mayores son generosos y confían en nosotros. No en vano somos su única referencia.

No hace mucho tiempo me encontré con mi amigo José Antonio Carabín, que había escrito algo para los suyos ya fallecidos. Un texto corto, pero colmado de sensibilidad y amor por ellos, recuerdo de sus consejos y ejemplo. Por respeto a sus intimidades excuso la transcripción. Yo le dije que estaba trabajando en algo similar y ambos coincidimos en que nuestros padres son el mayor tesoro que poseemos. Y ese tesoro es aún mayor si lo tenemos a nuestro lado, con nosotros, no sólo y desgraciadamente en el recuerdo, como es su caso y la mitad del mío. Consejos, ejemplo, aprendizaje, amor. Memoria viva, no escrita, no manipulada. Mi historia y la vuestra. La historia de toda la humanidad, incluida la no contada en el papel couché.

A propósito de la historia contada en este papel, dice Isabel Pantoja que “el pasado es nuestro mayor enemigo” y que “el pasado siempre vuelve”. Creo que todos estaremos de acuerdo en que esta señora no está muy satisfecha de su historia. Y si la repite, sin duda aprenderá a evitar ciertas cosas que le hagan afirmar de nuevo lo que ahora ha dicho. Creo, en cualquier caso, que el divismo o la prepotencia nos hace retroceder. Y si lo que, en verdad, deseamos es avanzar deberemos de pensar que nuestra historia siempre está ahí, y es lo que somos. Y esta historia, “La Memoria”, es nuestro mejor amigo, nuestro catecismo, nuestro aprendizaje, “Nosotros en nuestro tiempo”.

Todas las personas crecemos y envejecemos, pero hay algunas que nunca se hacen mayores. Nuestros mayores son los que, aunque no hayan envejecido, han aprendido a ser mayores, y a enseñar a los demás lo que eso significa. Toda la belleza del mundo está en la memoria de nuestros mayores.

Por eso siempre debemos de entender su compañía como una reválida continuada, como un periodo en el que aún seguimos aprendiendo y fijando la historia, porque cuando los perdamos habremos de ser nosotros los que la contemos y pasemos a heredar la posesión de la memoria. No perdamos el compás a nuestros mayores. Son la mayor riqueza de esta vida. Y esta riqueza es efímera como la misma vida.

Termino volviendo a citar a Seiffert: “En la vida dejamos demasiado pronto atrás los placeres y paisajes de nuestra juventud. Y hasta el final de nuestras existencias nos parecerá que la juventud no solo fue corta, sino que huyó con una rapidez vertiginosa. Que aún no habíamos probado todas sus dulzuras, sus perfumes y flores. Durante mucho tiempo nos quedará en la lengua el sabor de todas estas cosas, pero solo en forma de recuerdos reiteradores. La vida no deja de llevarnos a algún lugar lejano, y nosotros no hacemos mas que decir adiós a las riberas que desaparecen”.

A todos mis mayores y, en especial, a mi Padre al que quiero y admiro.


Marcelino M. González


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