Todo lo hermoso de este mundo se refunde, y puede verse con nitidez,
desde el análisis sosegado que dan los años. Y todo en este mundo
es hermoso. Si algo no lo es, llegará a ser origen y semilla de
belleza, todo estriba en que exista una sola persona que desentrañe
esa belleza en el horror, o en la maldad, o en su antónima la
fealdad. Ejemplos de esto los tenemos a lo largo de toda la historia
y en todas las culturas, a través del arte, y también de otras
ciencias. El poeta Robinson Jeffers decía que todas las cosas del
mundo son bellas y que depende del poeta el elegir lo que pueden
durar. Y Jaroslav Seiffert lo formulaba de otra manera: “Todas
las cosas del mundo no son bellas, pero las que el poeta elige,
duran. Por lo menos mientras viva el poema”.
Y el poema, o la historia, siempre viven. Aunque no estén plasmados
en papel, o en lienzo, o en pentagrama, sí perduran si lo están en
la memoria. Y, qué es la memoria?. Yo la definiría como el conjunto
de hechos y sensaciones acaecidos a lo largo del tiempo, magnificados
o minimizados por el individuo que, a su vez, los subjetiviza según
haya tenido mayor o menor participación en ellos, o según se los
hayan contado. Y es a través del recuerdo y la memoria como se
escribe nuestra historia. No la de los hombres y las mujeres
importantes, los científicos, los artistas, los reyes y los
políticos, los deportistas de élite.... No, no es esa historia a la
que me refiero, sino a nuestra historia: a la suya, a la del tendero
de la esquina, a la de nuestro vecino ..., en definitiva a la de los
hombres y mujeres con los que nos cruzamos a diario. Esa historia no
está en los libros, sino en la memoria, y generalmente sólo se
encuentra en la de nuestros mayores.
Son nuestros mayores, al margen de la evidencia, porque tienen más
bagaje de memoria acumulada, aunque, en ocasiones, digan que les
flaquea o que ya no la tienen. Y digo nuestros mayores porque no me
gusta llamarles ancianos. Creo que a nadie le gusta que a su padre o
madre se lo llamen. Son nuestros mayores porque nos han enseñado, y
aún lo hacen. Y somos lo que somos gracias a ellos, a su educación
y a la impronta que nos ha dejado su influencia. Son nuestros mayores
porque han fumado y han bebido y han salido con chicas antes que
nosotros, y nosotros, a su imagen, hemos empezado a fumar y a beber y
hemos intentado hacer lo posible para salir con chicas.
Nuestros mayores no cuentan batallas. En realidad las han vivido, y
detrás de ellas hay toda una aventura de la que, quizás, lo mas
importante quede por contar. Participemos en la narración.
Preguntémosles, sin duda descubriremos algo nuevo en cada ocasión y
seguro que nos contarán algo más, muy posiblemente inconfesable.
Pensemos, sin embargo, que su bagaje memorístico es grande y, en
ocasiones sus recuerdos se cruzan ocasionando algún desajuste. Pero
eso también nos ocurre a los mas jóvenes. Ayudémosles, hagamos que
retomen el hilo y veremos como todo se recompone.
Nuestros mayores tienen más vivido que por vivir. Añoran el pasado
porque han sido, sienten el presente porque están y desconfían del
futuro porque creen que ya no estarán. Pero no debemos dejarles
sentir y razonar de esta forma. Nuestros mayores deben de pensar que
pasado, presente y futuro forma y habrá de ser parte de su vida. Y
de la nuestra. Siempre vuelve a amanecer.
Nuestros mayores son aquellas personas que ya no tienen quien les
cuente sus memorias. Sólo pueden contar las suyas a quienes quieran
aprender y sepan escucharles con la mente y el corazón abiertos.
Prestémonos a ello de esa manera, interrogándoles, escrutando sus
recuerdos, redescubriéndoselos. Y si hace falta interpretándoselos
y dándoles a conocer nuestro humilde parecer. Nuestros mayores son
generosos y confían en nosotros. No en vano somos su única
referencia.
No hace mucho tiempo me encontré con mi amigo José Antonio Carabín,
que había escrito algo para los suyos ya fallecidos. Un texto
corto, pero colmado de sensibilidad y amor por ellos, recuerdo de sus
consejos y ejemplo. Por respeto a sus intimidades excuso la
transcripción. Yo le dije que estaba trabajando en algo similar y
ambos coincidimos en que nuestros padres son el mayor tesoro que
poseemos. Y ese tesoro es aún mayor si lo tenemos a nuestro lado,
con nosotros, no sólo y desgraciadamente en el recuerdo, como es su
caso y la mitad del mío. Consejos, ejemplo, aprendizaje, amor.
Memoria viva, no escrita, no manipulada. Mi historia y la vuestra. La
historia de toda la humanidad, incluida la no contada en el papel
couché.
A propósito de la historia contada en este papel, dice Isabel
Pantoja que “el pasado es nuestro mayor enemigo” y
que “el pasado siempre vuelve”. Creo que todos
estaremos de acuerdo en que esta señora no está muy satisfecha de
su historia. Y si la repite, sin duda aprenderá a evitar ciertas
cosas que le hagan afirmar de nuevo lo que ahora ha dicho. Creo, en
cualquier caso, que el divismo o la prepotencia nos hace retroceder.
Y si lo que, en verdad, deseamos es avanzar deberemos de pensar que
nuestra historia siempre está ahí, y es lo que somos. Y esta
historia, “La Memoria”, es nuestro mejor amigo,
nuestro catecismo, nuestro aprendizaje, “Nosotros en nuestro
tiempo”.
Todas las personas crecemos y envejecemos, pero hay algunas que
nunca se hacen mayores. Nuestros mayores son los que,
aunque no hayan envejecido, han aprendido a ser mayores, y a enseñar
a los demás lo que eso significa. Toda la belleza del mundo está en
la memoria de nuestros mayores.
Por eso siempre debemos de entender su compañía como una reválida
continuada, como un periodo en el que aún seguimos aprendiendo y
fijando la historia, porque cuando los perdamos habremos de ser
nosotros los que la contemos y pasemos a heredar la posesión de la
memoria. No perdamos el compás a nuestros mayores. Son la mayor
riqueza de esta vida. Y esta riqueza es efímera como la misma vida.
Termino volviendo a citar a Seiffert: “En la vida dejamos
demasiado pronto atrás los placeres y paisajes de nuestra juventud.
Y hasta el final de nuestras existencias nos parecerá que la
juventud no solo fue corta, sino que huyó con una rapidez
vertiginosa. Que aún no habíamos probado todas sus dulzuras, sus
perfumes y flores. Durante mucho tiempo nos quedará en la lengua el
sabor de todas estas cosas, pero solo en forma de recuerdos
reiteradores. La vida no deja de llevarnos a algún lugar lejano, y
nosotros no hacemos mas que decir adiós a las riberas que
desaparecen”.
A todos mis mayores y, en especial, a mi Padre al
que quiero y admiro.
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