La pobreza en estas fechas
Es muy temprano. Aún no ha amanecido y estoy
frente a la pantalla del ordenador distraído, pensando en lo que deparará el
día y esta semana de diciembre que empieza. Y, sin apenas darme cuenta, veo en
esa pantalla que en Sidney está lloviendo y una temperatura entre 21 y 27º, y
que en Mumbai hay humo y un calor sofocante de 37º. Me llama la atención lo del
humo y, al tiempo, me pregunto dónde diablos estará Mumbai. De inmediato voy al
Google ese que lo sabe todo y, claro, se trata de Bombay en la India, lo que
pasa es que, parece ser, que en hindi se lee así. Y, como por el humo se sabe
dónde está el fuego, saco en conclusión que en esa megalópolis de pobreza y
miles de castas, también la más baja de los intocables, algo se está quemando y
muy posiblemente sean cientos de cadáveres. Alejo ese pensamiento y me pongo a
escribivir esto que están leyendo. He dicho bien: “Escribivir”, vivir y
escribir. Pero no logro olvidarme de ello. En el segundo país más habitado del
mundo, que pronto será el primero, un porcentaje elevadísimo de la población ni
vive ni escribe. Los intocables sólo transcurren por la vida, si se le puede
llamar así, ejerciendo los trabajos más miserables y bajos de aquella sociedad
como puede ser la recogida manual de los excrementos humanos en las letrinas
públicas. Ahora que en occidente llega la Navidad, da mucho que pensar. Nacer
mujer en la India es un castigo divino. Son proscritas dentro de sus castas,
más cuanto más miserable sea la casta. Dentro de la que hablamos sólo un 8 % de
mujeres saben leer y escribir. Todo ello en un país rico y emergente con un
enorme futuro. Donde las grandes riquezas, los maharajás, los rajás y el templo
de mármol construido por amor a una mujer. El Taj Mahal. Paradojas que tiene la
vida.
Y ustedes pensarán en por qué les cuento todo
esto que es sabido por muchos y cuando estamos en mundos tan lejanos y tan
distintos. Pues, para ser sincero, pasa que hoy he dormido mal y me levanté
trascendente y, al ver eso en la pantalla de mi ordenador, lo primero que pensé
fue, a mí qué me importa que llueva en Sidney o que haya humo en Bombay. Pero,
luego, reconsideré la cuestión y me di cuenta que ese humo alcanza a todo
occidente. Lo mismo que ocurre con la miseria, la desnutrición y con tantas
otras lacras. Mientras, transcurrimos.
Marcelino M. González
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