
Mira. Voy a decite una cosa. En confianza. Si fueses de Langreo habíes evitáo comprar el hachu y cortar el déu. En serio. Aquí hácentelo en el ayuntamientu de frente, y con anestesia epidural de eses. Primero dante un garrotazu en los reñones y luego, si tovía quiés, dante un volante p’al de la manicura qu’está justo al lao y ye el que se encarga de podar los rosales del parque. Esos vuelven a crecer después de metéyos la tijera, seguro que el tú déu también te crez. Y ye que no se pué andar por la vida exigiendo les coses de esa manera. ¡Que venga el concejal a veme, que si no corto un déu! Como si el concejal no tuviese coses mejores que hacer que vete a ti. Además, no se pué entrar en un edificiu públicu con un hachu pa cortar estilles y deos, y menos si quiés ver al tu amigu el concejal. Pués levantar sospeches, chaval. Igual creen que vas a desg
uazar la mesa de la Alcaldesa. O el percheru donde cuelga los visones. Y eso ye lo más sagráo del conceyu.

Visto lo que antecede y el éxito de la operación, atención a la ciudadanía en general. Cuando acudan a las instituciones con la legítima pretensión de gestionar intereses propios o ajenos, o quieran despachar con un munícipe, o munícipa, y lo vean crudo quizás lo mejor sea llevar el hacha envuelto en La Nueva España. Que vean que están instruidos y al día. Pero, háganme caso, no se corten nada que, a cambio de un simple papel o de una promesa, se quedan con ello. Ni devolución ni implante que valga. ¡Hay que ver lo que cuesta un permiso de apertura!
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