Llevo cuatro días preguntándome cómo puede ser posible y aún no me lo explico. Quizás alguien pueda hacerlo. Resulta que a un mes escaso desde su apertura a la circulación peatonal, el puente de colorines se nos ha roto ya. Como si fuera de plástico, que lo era. Resulta también que los mismos técnicos que hace meses habían diagnosticado el deterioro y la consecuente inseguridad que presentaba el vetusto puente son los que aprueban el proyecto de rehabilitación y dan de paso las obras realizadas. Presuntamente, claro. Así es que finalizada la primera fase de las obras en las que se fueron trescientos mil mortadelos, estamos peor que al principio. Uno o varios presuntos caballos, o burros quizás, pasaron por allí y zaca quebraron o fracturaron, cascaron o destrozaron, troncharon o trituraron, o todos los sinónimos juntos, los listones trasversales que conforman la solera del puente de la señorita Pepis. Igual que si hubieran pasado por allí a toda pastilla los del Séptimo de Caballería en persecución de una partida de sioux pintarrajeados con los mismos colores del puente. Para pasar desapercibidos.


Pues resulta también que, para evitar el tránsito equino, lo han señalizado en ambas entradas con sendas prohibiciones y la indicación de “Excepto bicicletas”. No se yo si los caballos entenderán esas señales, no lo se. Los jinetes sí las entenderán, digo yo. Pero mucho me temo que algunos se las pasará por el arco del triunfo y no tardando mucho tiempo volveremos a ver el suelo del puente tronchado y lleno de enormes agujeros. Mientras nadie se haga daño, pase. Pero casi mejor, terminen de pintarlo de colorines y envuélvanlo en papel de regalo con un enorme lazo de color rosa y un cartel que ponga “Solo para mirar”.
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