viernes, 6 de agosto de 2010

EN LOS TIEMPOS DE DON CLAUDIO

COLABORACIÓN EN EL PORTFOLIO DE SAN ROMÁN DE LADA 2010

Si por algo añoro aquellos tiempos es porque en ellos nací y en ellos se desarrolló mi infancia y juventud. Otros tiempos, otras maneras de ver y de vivir la vida, otros principios, otra moralidad, otras costumbres, otra fisonomía de los pueblos…, todo tan distinto a lo de los que hoy vivimos y por lo que hoy pasamos. Lada y sus gentes eran de otra forma, como de otra forma eran todos los distritos langreanos y también Oviedo, Gijón, Madrid, y Nueva York.

Una gran parte de la vida social en Lada se desarrollaba entorno a su Iglesia, el Parque y la Fuente del Güevu, pasando por Casa Neyo y Cordeles, Casa Amalio, El Chuchi, El Recreo, la Confitería de Linón, Casa Nedino…, en cuanto a la parte alta se refiere, porque Lada es una sola. De todos ellos solo quedan a pie de cañón Neyo y su hermano Tino, “Cordeles” para todos. Y la actividad en la parte baja, que es la que hoy y aquí nos incumbe, tenía lugar alrededor del campo, aquel práu enorme de donde salieron tantas figuras ilustres del fútbol asturiano y nacional. Y alrededor de aquel práu estaban Casa Carola, El Curtiu, casa Milde, Pelos, Braga y Casa Alegría. De todos ellos solo queda el sitio en algunos casos, y en otros solo queda el recuerdo. Queda la memoria para quienes vivimos o, en algún momento, pasamos por allí. La memoria de aquella fisonomía tan distinta a la actual, pero también permanece el recuerdo de las personas que allí vivieron, que allí construyeron su historia y la de sus hijos, que allí sufrieron y que, en muchos casos, allí dejaron su vida.

Muchos y muy variados personajes célebres tuvieron, y aún tienen, el Nalón de Lada y sus barrios del Pilar, San José y La Carreterilla, de los que hay un sinfín de historias para contar. Yo voy a referirme a una en particular y relataré el sucedido sin desvelar el nombre de sus protagonistas, aunque muchos los conocerán a poco que se lo propongan:

Daba a su fin la década de los sesenta, aquella época de los Beatles, los Brincos, Los Tres Sudamericanos, Los Panchos…, si hablamos de música; los tiempos de Junquera, Nieves, Amancio, Gento…, si de fútbol; y también los tiempos de los estertores del franquismo, pues no en vano Don Claudio (más conocido por el “Claudillo”) estaba próximo a ser octogenario, si nos referimos al devenir político del país. Por entonces la juventud aún no conocía las discotecas y mucho menos los pubs o los discobares que es lo que ahora impera. En aquella época nos divertíamos en grandes salas como El Tropical, el Elefés o la Pista de Barros y con música en directo. Y cuando llegaba el estío lo hacíamos en cada una de la multitud de Fiestas Patronales que abundaban en ésta Cuenca del Nalón y también en la vecina del Caudal. Acudíamos a la fiesta de turno y aprovechábamos todas y cada una de las atracciones que los organizadores nos brindaban. Y a la hora del baile se llevaba “sacar a la moza”, llevar calabazas o aquello de “estoy por ti, pero no me atrevo”. ¿Cuántos matrimonios se fraguaron en estas circunstancias? Pero esto es otra historia y quedará para mejor ocasión. Vayamos al grano.

Para San Juan de Mieres se fueron dos nalonianos de pro, de todos conocidos y por todos apreciados. Pongámosles nombre: Zipi y Zape, por recordar a los traviesos personajes del TBO hijos de Don Pantuflo Zapatilla de Felpudez y Doña Jaimita. Por cierto, ¿se dan cuenta que en aquellos tiempos las mujeres no tenían apellidos? Pero prosigamos. Zipi y Zape se fueron a la fiesta de Mieres con los bolsillos repletos de pesetas frescas y la intención de quemar el dinero y lo que se les pusiera por delante. La línea del Recollo ya les dejó muy cerca de la primera escala, la plaza de Requejo, emporio sidrero por excelencia. A mediodía ya habían despachado media docena de botellas, cuatro pinchos de tortilla y dos docenas de mejillones. Decidieron ir a tomar vermú y recorrieron tres o cuatro establecimientos haciendo los honores a los distintos “solera” que en ellos había, acompañados de la correspondiente ración de calamares fritos, aceitunas o lo que hubiera. De allí a comer, y a mitad de comida, cuando daban buena cuenta de una pierna de cordero y estaba agotando la segunda botella de Rioja, de repente Zape se sintió indispuesto y, sin darle tiempo para ir al servicio, no pudo evitar echar la “pota” en pleno comedor ante todos los parroquianos que lo abarrotaban. Descargó y como si nada hubiera pasado siguieron comiendo y bebiendo como gochos hasta que quedaron fartucos. Pagaron y se fueron dejando allí el recáo.

En las inmediaciones, tomaron café, dos copas y puro cada uno, y después se fueron a ver el Ferial. Entre las abundantes atracciones, una de ellas llamó la atención de Zipi. Se trataba de una caseta parecida a las del Tiro donde el premio consistía en darle con una pelota de trapo a un tío que asomaba la cabeza por un agujero circular practicado en la pared del fondo. El premio era un llavero o una de aquellas pequeñas botellas de licor que por entonces había de muestra y ahora cuestan un riñón cuando te sirves de ellas en las minineveras de los hoteles. Zipi pidió diez pelotas y entregó otros tantos duros al encargado. “Le voy a poner la cara como un pan”, comentó a su compinche por lo bajo. Tiró las diez y nada. Como resulta evidente, si la diana está atenta nadie puede darle de pleno. Compró otras diez pelotas con idéntico resultado y Zape ya le insistía en que debía de dejarlo, pues cada tanda de lanzamientos les suponía un cubalibre menos. Zipi también insistió y cuando llevaba lanzadas sin éxito sesenta pelotas, o lo que es lo mismo sesenta duros, ante los ruegos de su colega optó por abandonar. Cuando se disponían a marcharse, por el rabillo del ojo vio como el paisano aquel, objeto errático de sus pelotas, asomaba el focicu por el furacu riéndose de los “primos” que acababan de dejar allí trescientas pelas y, furioso, descalzó uno de sus zapatos y lo lanzó contra aquel canalla que se estaba cachondeando de su mala fortuna. El lanzamiento alcanzó al distraído blanco en pleno rostro del que, de repente, se borró la irónica expresión. ¡A correr tocan!, y allí se quedó el certero proyectil.

Tuvieron que buscar una tienda de calzado, y ahí Zape ya tuvo que aportar algo de su peculio para pagarlo. Tanta comida y bebida, tanto puro y tanta pelota de trapo, habían dejado temblando los posibles de su colega. No contaban con aquel gasto, pero de todas formas aún quedaba para terminar la fiesta. Salieron del ferial y, bien entrada la tarde, después de unos cubatas, fueron al baile. No podía finalizar la fiesta sin él y, al fin y al cabo, habían ido a ligar. Con lo limitado de su economía no podían pagar entrada, bajo pena de no poder tomar unas cuantas copas, así es que en la entrada se hicieron pasar por policías leoneses de visita en Mieres. El argumento coló y fueron recibidos por el dueño del local que, desde el principio, les trató a cuerpo de rey. Copa va y copa viene. “Aquí os presento a Maripuri y Maritere, amigas de la casa. Pidan lo que quieran…”, lo que se dice un buen anfitrión, por la cuenta que le tenía. En aquellas condiciones de bebida gratis y galanteo con aquellas dos diosas, llegaron las tres de la madrugada y allí, al lado, de repente, se montó un follón de ponerse a temblar. Dos tíos peleando por una chica. Hostia va, hostia viene. Botellas y vasos volando, la gente apartándose. Y Zape que mira para Zipi y, como aún no estaban tan borrachos y a buen entendedor sobran las palabras, se hacen los suecos y se marchan de allí como alma que lleva el diablo, no fuese que les llamaran para hacer el atestado, aunque anduvieran fuera de su jurisdicción.

Y a su jurisdicción ladense tuvieron que volver andando, con la mala suerte de no encontrar en el camino nada abierto para repostar. Zape lo hizo nada más entrar en su casa: comió los garbanzos que su madre había dejado en remojo la noche anterior. Su padre relató al día siguiente que, además mojaba pan.

Todo lo que les he contado es rigurosamente cierto. E histórico. Se preguntarán ustedes por qué se estas cosas, y yo les contestaré que las se porque los protagonistas de esta historia me la han contado con pelos y señales. Antes y después de aquel glorioso San Juan corrieron juntos muchas otras parecidas, pero hoy día están entre nosotros y son honorables ciudadanos y padres de familia que tratan a su cuerpo mucho mejor de lo que lo cuidaban por entonces. Eran otros tiempos. Llegó la democracia y a todos nos tocó sentar la cabeza.

Muchos seguimos aquí, aunque algunos ya peinen canas y otros, como es mi caso, ni siquiera puedan peinarlas, pero haberlas haylas. Y algunos de esos muchos que todavía enarbolan con orgullo la bandera de Lada no se pierden, mientras puedan y la salud se lo permita, la cita que todos los años, salvo el último paréntesis, tienen por estas fechas en El Nalón. Las Fiestas de un soldado romano, que siendo el carcelero de San Lorenzo, fue testigo de los tormentos a los que fue sometido el mártir. Quedó tan edificado por la entereza del santo que se convirtió al cristianismo y fue bautizado por el mismo San Lorenzo en su prisión. Era San Román, nuestro patrono. Zipi y Zape estarán en su celebración. Búsquenles entre la gente.

¡FELICES FIESTAS!

Imágenes obtenidas de Google

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