Las barbaridades de circulación.
Hay muchos que cuando conducen no saben qué es en realidad lo
que llevan entre las manos, ni lo que tienen al alcance de sus pies. Esto es un
volante, una palanca de cambios y tres pedales que insensatamente combinados
pueden convertirse en un arma mortífera. Lo vemos en carretera continuamente
con conducciones y adelantamientos locos y temerarios que, al final, arrojan
las estadísticas de heridos, parapléjicos y muertos que todos conocemos. Pero
cuando se trata de conducir por ciudad con estas formas irresponsables el tema
adquiere otro cariz. No por circular por casco urbano el peligro se aminora, no
por desplazarse en ciudad los sentidos tienen por qué estar menos alerta. No
queremos mencionar el intencionado suceso de Las Ramblas pero sí las habituales
noticias sobre atropellos y terroríficos accidentes urbanos que dejan luto y
dolor por el hecho de que alguien se
crea un Fernando Alonso cualquiera, por su negligencia y, sobre todo, por su
locura.
A diario, y a cualquier hora, el último semáforo de Sama con
dirección a La Felguera, Oviedo y Gijón se convierte en una parrilla de salida
equiparable a la del circuito de Monza. Todo un espectáculo automovilístico:
vehículos que salen quemando embrague, otros que pasan como postas superando
con creces la velocidad y los decibelios permitidos (con muchas creces), otros
más que se saltan el semáforo en rojo como si tal cosa, dentro de una mayoría
que circulan como dios manda.
Así circulaba por el carril izquierdo señalizando su
intención de girar a la izquierda, entrada de Sama, un vehículo que paró al
situarse el semáforo en rojo cuando otro que venía detrás a gran velocidad le
dio un claxonazo como queriendo censurar su parada, le adelantó por la derecha
pasando el disco en rojo para acto seguido girar a la izquierda, derrapando y
entrando en Sama justo por donde el primero lo haría con posterioridad. No se
si me entienden. La maniobra es digna de Rambo huyendo de los federales. Y así,
una tras otra, se suceden las infracciones y las locuras sin que allí exista
una cámara o un agente local que lo vigile.
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