Pienso que S.M. el Rey debe de estar pensando en acogerse a la prejubilación. Él que es de los pocos en este país que aún puede hacerlo. Creo que es el momento oportuno, y va siendo hora, para abdicar y dejar esto de la Monarquía Constitucional en manos de su hijo primogénito, Felipe. Porque cuando don Juan Carlos fue nuestra mejor marca, quien mejor nos vendió en el exterior, ahora se ha convertido en la diana, en el blanco de unos y otros, de propios y foráneos, y de esos que cuando más llueve salen como los limiagos y se tildan de republicanos de toda la vida, los mismos que una vez fueron uno y ahora son otro, pero que nunca fueron nada. Dicho lo cual, que había que decirlo, parece meridianamente claro que el respeto y la confianza que otrora hubo hacia la Monarquía española se ha tornado en desconfianza, sospecha y descrédito merced a la sucesión continuada de episodios desafortunados. El elefante de Bostwana y la enigmática e intrigante princesa Corina Von Nosequé, las caídas y accidentes reales y, en consecuencia, las entradas y salidas de quirófano, y, sobre todo, las oscuras actividades presuntamente delictivas de su yerno, el Duque de Palma, y la reciente imputación de su hija, la Infanta Cristina -que talmente parece que va del banco al banquillo- han situado al Rey en la condición de “missing”, y está claro que ha desaparecido. Cierto es que tiene que recuperarse de su última operación de cadera, pero no es menos cierto que también tiene que hacerlo de los disgustos que le proporcionan los Duques -no el mío precisamente- y que viene sufriendo desde hace años.

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