Dijo Elena Valenciano, la mano derecha de Rubalcaba -sí la derecha, lo que dijo la izquierda no lo sé-, que si ella fuera Artur Mas, dimitiría a la vista de los resultados electorales cosechados por CiU en Cataluña la pasada semana. Y seguro que Artur Mas, para no ser menos, pensará lo mismo, que si el fuera Pere Navarro, el candidato socialista del PSC, ya hubiera echado a volar. Justo por lo mismo. Pero el caso es que ni Elena es Arturo, ni Arturo es Pedro y, como nadie es el contrario, el contrario sigue…, como las pilas famosas. En este país nuestro la mitad de los políticos piden la dimisión de la otra mitad, que nunca dimite, para que, posteriormente, esta segunda mitad pida la dimisión de la primera que, naturalmente y en justa correspondencia, hace lo propio, tampoco presenta su renuncia. Y es que aquí no dimite ni dios. Que dimita Rita, la bailaora.
Es igual que pierdan por goleada unas elecciones que daban por ganadas (aunque CiU no las haya perdido -pero casi-), que les pillen en un incumplimiento o en una mentira, o que se descubra que hayan incurrido en prevaricación, cohecho, malversación o apropiación de fondos y caudales públicos, o todo ello a un tiempo. Da exactamente lo mismo: nadie dimite. Ni nadia. Igual da que se trate de un político de Cataluña, de Andalucía, Asturias o de Pola del Tordillo, todos siguen el mismo patrón. El patrón del sillón, se la inamovilidad, del “hazlo tú primero”.

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